Deprisa, deprisa

Estamos en un mundo cada vez más acelerado y creo que todavía no somos conscientes de en qué medida esto nos está afectando y lo que puede suponer para el futuro de la sociedad.

Vivimos un momento en que necesitamos estar continuamente recibiendo estímulos de todo tipo y, cuando éstos no se reciben, pensamos que la situación es aburrida y falta de contenido.

Donde este fenómeno se está viendo con mayor claridad es en las redes sociales. Facebook, Twitter, Instagram y el resto compiten por atraer nuestra atención, por engancharnos. La rentabilidad económica de estas plataformas depende del número de usuarios que tenga y del tiempo que empleemos en ellas, por lo que su objetivo es que nuestra dedicación a estas aplicaciones sea la máxima posible.

Para ello utilizan varios mecanismos: Se emplean mensajes cortos e impactantes, sonido y video (para reforzar el impacto) e informaciones enfocadas a nuestras preferencias (para lo que todo lo que visitamos, comentamos, etc es analizado en detalle para acercarse más a nuestros intereses). Saben que la información breve tiene más probabilidad de ser leída que las sesudas reflexiones de varias páginas.

En esa línea va el hecho de que redes como Twitter limiten el número de caracteres de los mensajes. Desde hace no mucho la red Tik Tok está facilitando (y poniendo de moda) el poder ver videos de música a mayor velocidad de lo normal, lo que da lugar a un tipo de música acelerada. A los usuarios de la aplicación Whatsapp de mensajería no les será desconocido el hecho de que los mensajes de audio los podemos oír al doble de la velocidad normal. Parece que no tenemos tiempo para escuchar la música o los mensajes a velocidad normal, que necesitamos acelerarlos para “aprovechar más el tiempo”.

La mencionada brevedad de los mensajes nos lleva a que la información que circula son con frecuencia poco más que titulares, sin posibilidad de matizaciones, que son las que más nos acercan a la realidad de las cosas. Su uso en política facilita la manipulación y los populismos. Un titular impactante o radical, y más si viene de una persona influyente, tiene mayor repercusión social que muchas tesis doctorales. Todos los políticos usan en la actualidad las redes sociales para comunicarse de forma inmediata con el público y no siempre de manera prudente. Donald Trump es un ejemplo de ello y, de hecho, algunas redes optaron por expulsarlo por su abuso publicando informaciones no contrastadas.

Pero no pensemos que este fenómeno se da solo en las redes sociales. Recordemos por ejemplo las reuniones de adolescentes (y de adultos) en las que muchos están mirando su teléfono móvil. Parece que hay un temor al vacío (equivalente al denominado horror vacui), a estar un tiempo sin estar ocupado en algo, y no nos damos cuenta de que a lo mejor nos estamos perdiendo algo mejor. El móvil lo utilizamos hoy en día para recibir mensajes, correos, redes sociales y para tantas otras cosas (entre ellas llamar por teléfono) que es un objeto de nuestra atención continua. Es de hecho adictivo para cada vez más personas.

La facilidad para engancharnos que tienen en especial las redes sociales supone para algunos autores una adicción comparable a la de algunos estupefacientes. En la película de Carlos Saura, de la que este artículo toma el título, el director nos relata la vida de cuatro jóvenes de un extrarradio de Madrid que se ven envueltos en una espiral de acciones violentas con el fin de salir de una vida anodina. Es el estímulo de aprovechar cada momento de manera compulsiva lo que les hacía pensar que su vida merecía la pena.

La aceleración se hace notar en muchos otros aspectos de nuestra vida. Si comparamos el ritmo de las películas o de los programas de televisión de hace unos años con las de ahora nos lleva a que parezcan muchos de aquellos largometrajes y programas lentos y aburridos (o al menos ralentizados en comparación con los actuales). La limitación de la longitud de los artículos de muchos blogs (entre ellos este mismo) es reflejo de este cambio. En otro orden de cosas me choca por ejemplo la gran afición a las carreras de montaña (que no eran apenas conocidas hace unos decenios). Todo va en la misma dirección: hacer más cosas en menos tiempo.

En palabras de la psicóloga Silvia Álava “Todo se mueve a tal velocidad que cuando vas a la velocidad del mundo real parece aburrido, lento… En el mundo real te aburres porque no estás híper estimulado, eres tú quien ha de mantener la atención.”

Un tema muy relacionado con éste es el de la multitarea. Se trata de estar haciendo varias cosas a la vez: atender al móvil mientras trabajas, conduces o realizas cualquier otra actividad; escribir un texto mientras se participa en una conversación telefónica o una videoconferencia; tomar una bebida y enviar un mensaje mientras vamos andando por la calle, etc.

En realidad, según nos recuerda Devora Zack la multitarea no existe, la neurociencia la denomina “cambio de tarea”, lo que significa cambiar de actividad rápidamente. El problema es que nuestro cerebro necesita un tiempo para retener y procesar la información, para cambiar de una tarea a otra, lo que supone al final, en el caso de la ultitarea, una pérdida de productividad de un 40%, según una investigación de la Universidad Estatal de Pensilvania (Multitasking: The good, the bad, and the unknown).

Otros estudios apuntan incluso a se produce una pérdida de capacidad cognitiva, en resumen que acabamos siendo más lentos y somos menos eficaces. También se mencionan con frecuencia los efectos negativos sobre el estrés que produce al interesado por el cambio en el foco de atención.

Frente a toda esta aceleración y multitarea, reivindico la necesidad para el ser humano de tener espacios de tranquilidad, momentos aparentemente vacíos. En ellos es donde se puede dar la creatividad (cuando vienen las musas a visitarnos), en los que uno se da tiempo para escucharse a sí mismo, para reflexionar. En esos instantes bajamos el volumen del ruido permanente que nos rodea (en forma de pensamientos banales muchas veces) para dejar espacio a que salga nuestro verdadero yo.

Hay iniciativas que precisamente quieren contrarrestar esta aceleración en la que vivimos. Entre ellas podemos citar el movimiento Slow Food, el auge en los últimos años de las actividades de meditación y mindfullness. Los que han hecho el camino de Santiago saben que, sobre todo cuando se va solo, las largas caminatas propician que surjan recuerdos y reflexiones que con el ajetreo de día a día simplemente no tienen oportunidad de salir. Es una de las maneras de reencontrarse a sí mismo, lo cual siempre es saludable aunque lo que uno descubra no siempre sea agradable, siendo a veces cosas a las que no nos atrevemos a enfrentarnos y que el día a día va tapando; es la rapidez como huida de la propia realidad.

Seamos conscientes del ritmo cada vez más acelerado que nos imprime la sociedad y de que necesitamos momentos de silencio para descubrirnos a nosotros mismos y dejar espacio a la creatividad.

3 comentarios

3 Respuestas a “Deprisa, deprisa”

  1. O'farrill dice:

    Interesante artículo en el que cuelan de nuevo cuestiones varias.
    Para empezar el ritmo de vida que se nos ha impuesto (no que hemos escogido) desde hace muchos años, venía obligado en gran parte por la necesidad económica (el pluriempleo) para obtener unas retribuciones que permitiesen bien llegar a fin de mes, bien cumplir sueños legítimos como la casa en el campo, el coche, las vacaciones o montar un negocio.
    Simultanear ocupaciones era habitual y había trabajo o proyectos que realizar. Y además vivíamos felices con tiempo para disfrutar con amigos, familia o aficiones. Fue la época de desarrollo no sólo en España, también en una Europa tras dos guerras mundiales que la asolaron.
    Cada pais utilizaba sus recursos humanos y materiales para salir adelante y comerciar con ellos.
    De pronto sonaron trompetas apocalípticas desde el otro lado del océano. No se podía consentir que Europa fuera libre y autosuficiente. Adiós a los «copyrights» de la nueva era tecnológica (algo parecido a lo que ocurre ahora también; los vasallos no pueden saber o tener más que sus amos). Y se nos pusieron o impusieron «tratados» para evitar un bloque europeo fuerte y cohesionado. Una vez desaparecidos los grandes y poco manejables líderes, había que actuar sobre la sociedad desde la ingeniería correspondiente. Esto es había que impedir el racionalismo, la sensatez, la cultura, los valores y hasta la «pérdida de tiempo». Había que someter a confusión e incertidumbre a los sometidos creando una multitud de «pamemas» culturales, actividades físicas (correr por ejemplo), multitud de artificiosas actividades y TV, mucha televisión para recibir la doctrina de cada día. Se trata de no pensar, de no conocer, de no saber más allá de lo que se considere conveniente. De estar ocupados en banalidades exageradas por la propaganda, de infantilizarnos…..
    Nos han hecho niños hiperactivos de esos que saltan, corren y juegan sin saber bien el porqué. Sólo porque nos han diicho que es mejor para la salud no pensar, sino obedecer. Y ahí estamos en el parque infantil dedicados a cosas fútiles que nos distraen de lo que se hace a nuestras espaldas o hasta decaradamente con nuestras vidas. Corremos sin rumbo fijo, nos agobiamos por ese mundo feliz lleno de infelicidad y de obligaciones, nos divertimos según dosis y formas establecidas (muy pocoas veces espontáneas) y tenemos muchos, muchísimos proyectos….
    Un saludo.

    1. Francisco Díaz-Andreu dice:

      Hola O’farrill. Yo apuntaría a que el fenómeno no es solo europeo sino que se produce en todo el mundo incluyendo a los EEUU.

  2. O'farrill dice:

    Desde luego EE.UU es el foco de donde irradian los modelos o patrones sociales a través de una propaganda que impone «doctrina»a todo el mundo. El fundamentalismo USA (tan bien descrito por Galtung) sigue siendo el faro que guía todo, desde la salvación del planeta, hasta la creación de una sociedad de humanoides robotizados al servicio de sus amos.
    Quienes han caído en esa trampa mortal (en cuanto a humanidad se refiere), no se han dado cuenta (los que sufren la misma) o son cómplices (los que viven de ella), de que puede resultar irreversible para todos cuando se intente reaccionar. De momento ya hay voces como la de un ministro francés que ha pedido enfrentarse a EE.UU (ya lo hizo De Gaulle en su momento). Otros países están reafirmando sus patrones propios y desarrollando su propio sentido de lo que es vivir.
    El «rapto de Europa» no es solo una imagen mitológica del arte. Es una realidad documentada a través de lo que se llamó «batalla cultural» de origen «gramsciano»-americano, con otros muchos agentes implicados (ONGs, fundaciones e incluso la CIA) en la creación de una contracultura frente a la cultura que ellos no dominaban (en este blog se ha escrito y comentado sobre el tema).
    Y todo ello, deprisa, deprisa….. porque se trata de «coge el dinero y corre».
    Un saludo.

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