“Cada uno en su casa y Hacienda en la de todos”. Como tantas otras cosas, la relación que establecen las generaciones entre si, más allá de eruditos, universitarios y expertos, no suele ser objeto del interés común. En cambio, es una de la claves que mejor indica el estado de salud de eso que llamamos sociedad.
Dicen los antropólogos y sociólogos que en cada momento histórico de un pueblo, sociedad, tribu o colectivo, coinciden por definición tres generaciones de personas: los recién llegados, los que están en edades más activas y productivas, y los que estando retirados están más próximos a marcharse.
También explican las diferentes formas en que estas tres generaciones se relacionan entre sí. En unas sociedades son los ancianos los que siguen dictando las leyes y tomando las decisiones sobre las cuestiones más relevantes del conjunto. En otras, la clase dirigente de la generación de en medio es quien ostenta el poder, con la participación más o menos activa de los mayores y con una dedicación de diferente relevancia sobre los pequeños. Y, claro está, a la generación pequeña nunca le ha sido dado ese gobierno.
La manera en que cada sociedad se organiza, no es simplemente una cuestión de orden interno, sino que encierra en si misma muchos aspectos de especial trascendencia. El anciano ocupa el lugar en el que el conocimiento de la vida se hace sabio por mor del tiempo, ya sea como rey o como asesor; el padre y la madre son sobre quienes recaen los trabajos más duros y se encargan de sacar adelante aquello del vivir, con sus ayudas y sus delegaciones; y los menores y jóvenes son el c0njunto de personas a los que se mira, trata y educa, para que se incorporen de una u otra forma a ese conjunto que llamamos sociedad, y en su momento cojan el testigo de sus mayores.
Si se quisiera hacer una visión crítica de nuestra organización en estos momentos, que ya esto es mucho suponer, con seguridad veríamos que en primer lugar se da por hecha la prioridad absoluta que tienen tanto la rentabilidad como la producción que es capaz de generar esta sociedad, y desde ahí se determinan los órdenes que han de imperar en la organización social. Comercio y globalización son dos factores, por sus excesos y exageraciones en el mundo actual, que parecen dar síntomas de una enloquecida carrera en pos de conseguir alcanzar ambas prioridades.
En lo que a lo generacional se refiere, esta vorágine productiva en búsqueda de la rentabilidad, el beneficio y el dinero ha llevado a una ruptura clara de ese pacto social establecido, de manera que la relación con la generación “mayor” se siente como una carga, una dependencia y un estorbo, que como mejor uno pueda ha de quitársela de encima; y con la “menor” domina la obsesión exclusiva de prepararla para la competitividad perpetua en este marco determinado y preestablecido.
No hay mucho más, sino la forma en lo que esto se lleva a efecto, ese factor estético que tiene mucha importancia para nuestros sentimientos de culpabilidad. Grandes edificios en los que tener a nuestros mayores metidos haciendo macramé, aeróbic o pilates, en los que no den demasiado la lata. Pequeños reductos en los que instruir a nuestros pequeños para un futuro cierto, preparado y cerrado, de los que salirse se considera sinónimo de patología infantil.
Y cuando la niña pide tener a ese abuelito que le dejaba comer las patatas fritas con la mano, hay que decirle que está enfermo, desmemoriado y demenciado, y que se vaya a jugar con los suyos. Y cuando visitamos al abuelito, este no nos pide nada, porque se le hace un mundo tener que encontrarse de nuevo con otra buena sucesión de negativas. Y cuando el niño quiera ver a su abuelita, que le daba los besos más dulces, le decimos que está lejos y ausente, y a esta que su nietecito está muy ocupado con deberes, tareas y demás preparaciones para el futuro.
En lo que llamamos vida, uno de los aspectos de mayor importancia es aquel en que tomamos conciencia del tiempo. Los neurocientíficos han averiguado que esa vivencia se produce en un momento determinado del desarrollo, y su actividad es la base de uno de los crecimientos de redes neuronales claves para la expansión de nuestro propio ser, por lo que se le debería prestar especial importancia a este elemento subconsciente y tremendamente activo en el resto de los días de una vida humana.
Quizás, para dejar de mantener la parte más cutre de este orden social, sea fundamental que quiénes son depositarios del paso y el poso del tiempo, los viejos, tengan posibilidad de narrar a los que aún están sorprendidos del milagro de la vida, aquellas cosas que han vivido, contar esas historias fabulosas sobre los episodios vitales, las vivencias más reveladoras de su existir, las llaves para aprender a vivir y evitar desvivirse, los secretos para cuidar su vida y los modos en los que lograr nutrirse del néctar vital de la existencia.
¿No pasará la recuperación social por que los viejos empiecen a enseñar a los niños? ¡Ah! ¿Y por qué no también las matemáticas y la lengua?
Comentario breve, igual inservible?; el artículo es profundo en su esencia………pero, gen-E-racional, existe ese genE?, tiene algún sentido o significa algo, en el devenir temporal-existencial de la vida humana?…curiosidad simplemente.
¿En qué momento del desarrollo tomamos conciencia del tiempo?
Natalia, tomar conciencia del tiempo como los adultos lo contemplamos, es decir, «la velocidad del movimiento irreversible de la materia en el espacio» es un proceso largo que a los niños les suele llevar toda una fase asimilarlo, conllevando la pérdida de lo que conocemos como la inocencia infantil y el pensamiento mágico y animista.
Los expertos dicen que las redes neuronales están preparando ese cambio a partir de los seis o siete años, y que la consciencia individual de cada uno es la que marca su aceptación completa en el «aparato psíquico».
Precipitar el advenimiento de la conciencia del tiempo, como hacemos muchas veces en nuestra sociedad, en aras del principio de realidad, es una auténtica barbaridad. En este sentido, la interioridad del niño es la que debe marcar el ritmo.
Venga o no mucho a cuento de lo que se relata, me quedo con dos frases de «sabiduría ancestral de los pueblos originarios indios-americanos»; «Los niñ@s son las semillas del futuro,siembra amor en sus corazones y riégalos con sabiduría y lecciones de vida. Cuando crezcan, dales espacio para crecer» y, «cuando el último árbol sea cortado, y las aguas del planeta-nuestra casa, estén completamente contaminadas, entonces, quizás entendamos que el dinero,»no se come»».