La semana pasada me sorprendió el suicidio de una influencer. Joven, guapa y, aparentemente, en lo mejor de su vida. No es la primera vez que ocurre. Pero esta vez dejó una carta de despedida, que terminaba diciendo que creía haber sido buena y que en este mundo no merecía la pena ser buena persona.
Llevamos varios posts con el tema del suicidio y podríamos seguir. Que tantas personas consideren que la única salida a sus vidas es borrarse de este mundo, quizá refleje mejor que nada las patologías del modelo.
Desde el triunfo, sin paliativos, de la concepción darwinista de la existencia, el ser humano es simplemente una casualidad evolutiva destinada a un instante de existencia, a la muerte y la futura sustitución por otra casualidad mejor adaptada a la supervivencia. Como, con más poesía, decía Tolstoi: “En la infinitud del tiempo, en la infinitud de la materia y en la infinitud del espacio surge la burbuja de un organismo, que dura un instante y después estalla. Esa burbuja soy yo”.
No hay ningún sentido de trascendencia. Sólo hay frío. Todos los latidos de nuestro corazón, la vibración eléctrica de nuestras neuronas, los millones de litros de aire que pasan por nuestros pulmones no tienen más significado que el de poder seguir subsistiendo camino a nuestra muerte.
Desde esa perspectiva ¿qué otro sentido puede tener la vida más allá de la momentánea realización del propio deseo? ¿Cuál puede ser la relación con el otro más allá de verlo como un medio o como un obstáculo para la obtención de tales deseos?
Y así ¿realmente puede extrañar a alguien que buena parte de la población esté deprimida, cabreada o ambas cosas? ¿Nos puede sorprender el nivel de agresividad que existe en la sociedad?
Con estos mimbres, parece ridícula la curiosidad intelectual orientada simplemente a conocer y desentrañar la realidad y sin una orientación utilitarista. El arte e incluso el amor aparecerían como inventos para ilusos, distracciones inútiles en el camino a la consecución de la satisfacción del propio deseo.
Pero si pensamos, con sinceridad, en esos escasos momentos de felicidad profunda que hemos tenido en nuestras vidas, nos daremos cuenta de que tienen que ver con instantes en que hemos percibido algo realmente auténtico. Quizá ha sido un soplo que en seguida se nos ha escapado. Pero sabemos que ha ocurrido algo importante.
Buena parte de los grandes pensadores (ya hayan pasado a la historia como filósofos o incluso dado nombre a una religión creada por sus seguidores) han planteado que la vida es un maravilloso misterio esperando a ser desvelado. Y que la biología, los sentidos, la inteligencia, la sensibilidad… son herramientas para ir recorriendo el camino.
Sócrates decía que en ese camino son más importantes las preguntas que las respuestas. Y su gran crítico Nietzsche lo expresaba como que “la búsqueda de la realidad es más importante que la verdad como tal”.
Desde que el hombre mató a Dios, la moral no sirve para contestar a la pregunta de si merece la pena “ser buena persona”.
Quizá la respuesta a qué es ser buena persona y a si merece la pena serlo exija primero adentrarse en ese misterio de la vida.
La ciencia y el arte tienen aquí mucho que decir. La ciencia entendida como indagación intelectual de la realidad sometida a la continua revisión de los nuevos interrogantes que plantea cada descubrimiento. Y el arte desde lo sensitivo y lo emocional, como esa “alegre esperanza de que el hechizo pueda romperse” (de nuevo Nietzsche).
Todos podemos ejercer esa feliz responsabilidad de vivir artísticamente en ese sucesivo descubrimiento de cada nuevo misterio.
El suicidio a través de la Hª, ha tenido muchas consideraciones, incluso de dignidad, durante ciertos periodos en Roma, o en el Harakiri japonés.
La enseñanzas del Orfismo entendían que el cuerpo humano era propiedad de los dioses, por lo qué hacerse daño, era atentar contra la ley divina.
Pero a mi entender, en nuestro tiempo el suicidio ha adoptado matices mucho mas dramáticos y banales simultáneamente.
Banales por producirse en una sociedad con un bajísimo nivel de resistencia a la frustración o al deseo, contrarias a sociedades forjadas en posguerra, o rurales con grandes carencias, por lo que los motivos para el suicidio se banalizan.
Sin embargo los mensajes que se siguen dando son, el de vivir en sociedades felices, en los que se confunde fácilmente la libertad con la independencia.
Durante el milagro socialista sueco de los 60, a los jóvenes, el estado los financiaba estudios y vivienda durante un tiempo para que cuando comenzaran a trabajar fueran independientes, esto sazonado con dosis de amor libre y libertad de expresión, dio como consecuencia uno de los índices de suicidios mas altos de la época, que los tertulianos de entonces achacaban a la falta de sol.
También en este momento el suicidio cobra tintes dramáticos, por la edad a la que se produce en la mayoría de los casos, y sobre todo por la incomunicación a la que se han sometido los individuos protagonistas.
Cuando se pregunta por el hecho, las respuestas suelen ser, en el colegio ni los profesores, ni sus compañeros ni su familia ( hermanos, padres) se lo podían imaginar; esto es dramático porque nos implica a todos los agentes sociales.
Tanto es así que uno piensa que antes de cometer el acto, el individuo ha sufrido un pre-suicidio, una pre-muerte o una muerte en vida, y eso todavía es más dramático.
Un abrazo
Yo creo, con base en las Ciencias Físicas, que somos seres inmateriales y de alguna forma esencialmente eternos. Temporalmente nuestras funciones de onda «colapsan» en organismos con masa –a partir de 10 elevado a -30– en lo que conocemos como vida biológica.
Realmente el debate del suicidio debiera centrarse, previamente, en valorar los datos.
Hay unos 11 o 12 suicidios diarios. Es decir, unos 4.000 al año para una población de, digamos, unos 45 millones de personas. Es decir, menos de 1 suicida por cada 11.000 personas cada año. ¿Es esto mucho habida cuenta de los niveles de salud mental y experiencias vitales complicadas que se vislumbran? Pues, francamente, lo ignoro pero sospecho que no es un porcentaje muy elevado.
De estas personas sucede que dos terceras partes son hombres y el resto mujeres. La pregunta sí podría ser el por qué el doble de hombres que de mujeres. El censo electoral tiene un 6% más de mujeres que de hombres a pesar de que nace un 6% más de niños que de niñas.
No hay un buen estudio que explique por qué mueren tantos chicos aunque –dado que la mortalidad puerperal es idéntica o casi idéntica– se suele explicar intuitivamente por la mayor propensión al riesgo y, muy especialmente, a las profesiones de mucho mayor riesgo de los varones que socialmente, además apenas estan protegidos si se les compara con las mujeres.
Es más, el varón hetero en Occidente, ya es una especie perseguida por el sistema. Algo que, como estamos viendo, anuncia el final del actual sistema social de Occidente. Muerte a fecha fija por extinción reproductiva y desnaturalización forzada desde el estado.
Y ello sin tener en cuenta los porcentajes de muertos masculinos por violencia en el hogar porque está prohibido reportarlo del mismo modo que se obligó al CGPJ a no reportar el destino de las casi 500.000 denuncias de mujeres (cada 4 años según el último informe de hace unos 10 años) contra hombres una vez se vio que el 80% de las nismas o eran falsas y debían ser archivadas o resultaban en la absolución del varón.
En relación a la pregunta sobre si hay que ser buena gente mi respuesta es rotundamente afirmativa: Hay que ser buena persona y, al tiempo, responder con vigor a toda agresión. Como aprendimos en el patio del cole cuando se sabía educar y no como ahora que destrozan el carácter de los niños para que traguen de todo.
La defensa propia es nuestra primera obligación moral. Algo que el sistema está empeñado en que olvidemos y que en mi opinión descalifica esta forma de estado opresora.
Saludos