Me he dado cuenta, repasando mis artículos, de que nunca he mencionado que viví durante un tiempo en Nueva York, y no lo puedo entender. ¿Para qué sirve vivir en NY si no es para contarlo durante el resto de tu vida venga o no a cuento? ¿A qué se ha debido este acto involuntario de humildad omitiendo un momento tan molón de mi trayectoria?
El caso es que cuando tenía 26 años decidí marcharme a NY a buscarme la vida y resulta que me la encontré. Llegué sin trabajo, con dinero para aguantar una semana y con una lista de contactos que estuve confeccionando durante un año con la idea de marcharme. Ahorré mientras trabajaba en un programa sonrojante de televisión hasta que no aguanté más, y luego entré de pinche de cocina en un restaurante sin saber hacer ni una tortilla de patata (más o menos como hoy)
Me aseguré una habitación en una casa compartida durante dos semanas y tenía por delante encontrar una más estable (de al menos tres semanas). Limpié casas, trabajé como ayudante de realización en una agencia de publicidad, cuidé mal a dos niñas en el East Village, entré como asistente de producción en un corto, restauré cuadros en un taller, fui camarera en la cafetería del Rockefeller Center durante exactamente cuatro días y posé para un fotógrafo que perfectamente podía haberme descuartizado en su apartamento, pero que, por lo que sea, no lo hizo y además me pagó bien.
Viví en una zona industrial bastante triste de Brooklyn, luego en el quinto pino, que está ubicado en la parte griega de Queens, después en una casa en la zona pobre de Williamsburg que tenía el metro justo en la ventana de mi dormitorio (el metro en NY funciona 24 horas) y cuando mi compañera de piso empezó a robarme (lo típico), me cambié a otra zona más residencial, también de Brooklyn.
¿Y por qué cuento esto además de para darme importancia? Pues porque recuerdo que algunas de esas situaciones me habrían resultado insoportables en Madrid y fueron una apasionante aventura en NY. No solo por tratarse de una de las ciudades más interesantes del mundo, sino porque yo sabía que aquello era transitorio.
Y aquí está el quid de la cuestión: ¿estar vivo no es lo suficientemente transitorio?
Si vivía en un suburbio, con la basura acumulada en la acera y el metro haciendo temblar la casa durante toda la noche, si la niña a la que cuidaba me gritaba que me odiaba en pleno parque, si me despidieron del Rockefeller por servir café con cafeína en el termo del descafeinado, poniendo en peligro la salud de varios ancianos que allí desayunaban, si todo esto resultó estimulante, era porque sabía que aquella no era mi vida definitiva.
La que llamamos “vida definitiva” es la que carece de aventura porque ya tienes una edad y te han contado que esto va en serio.
La vida definitiva es la que ya no puedes cambiar porque entran demasiadas cosas en juego; la vida que nos resignamos a recorrer sin apenas despegar los pies del suelo.
Pero, ¡sorpresa!, vivir “en serio” no nos garantiza nada. No nos garantiza que el futuro será el que deseamos o el que creemos que deseamos. El futuro no depende solo de nosotros, ni siquiera estoy segura de que dependa principalmente de nosotros, así que, en ese caso, ¿por qué no vivir como si estuviéramos en NY? (os he comentado que viví en NY, ¿no?)
No echo de menos la vida que tenía en la juventud (salvo que podía estar sola en el cuarto de baño), he elegido esta y me gusta, pero sí echo de menos cómo vivía entonces. Sin miedo al futuro. Sin miedo a dar pasos que pudieran desestabilizar mi comodidad, incluso sin miedo a morirme (ojalá lo hubiera tenido un poco más para evitar ciertos accidentes casi mortales) Sin miedo, sobre todo, al fracaso.
Esto es curioso, porque no temer al fracaso en la juventud puede deberse a que sabes que aún tienes mucho tiempo por delante para caerte y levantarte, pero por eso mismo, ¿no es ahora cuando tendría que temerlo? ¿No es ahora cuando debería arriesgar? ¿No es ahora cuando se me acaba el tiempo para hacer lo que de verdad quiero con mi vida?
Ojalá fuera capaz de mantener ese espíritu de fugacidad en el día a día, con esa libertad que se experimenta cuando estamos lejos, a salvo de nuestros condicionamientos habituales y descubriéndonos en un contexto nuevo. Ojalá no olvidáramos nunca que la vida es un viaje… EN RYANAIR.
Todos vamos a morir (sobre todo en Madrid) y, sin embargo, nos hemos atrincherado como si fuéramos a quedarnos para siempre.
Y para poder seguir atrincherados, a menudo nos inventamos que ya es demasiado tarde para emprender, para aprender, para tomar decisiones arriesgadas, para cambiar de idea, cambiar de bando si es necesario o cambiar de sentido. Insisto en que los cambios se darán a nuestro pesar, así que, ¿por qué no actuar a favor? ¿Por qué no dejarnos llevar de vez en cuando por la corriente?
¿Por qué no somos capaces de vivir en armonía con la evidencia de que nuestro paso por aquí es efímero?
Vivir con tanto miedo a perder lo que tenemos y con tanto miedo al fracaso, en mi experiencia, ya es un fracaso en sí mismo. (Recordadme que imprima esta frase en una taza de Mr. Wonderful)
Le felicito, Bárbara.
Me ha alegrado la mañana con su sinceridad y su odisea llena de aventura.
Con todo orden pero con una espontaneidad enriquecedora.
Es una lástima la falta de más espontaneidad. Como Usted dice, ese miedo al fracaso nos quita la posibilidad de reacciones que, por lo normal son alegres.
Es necesario ser prudente, pero lo espontáneo es una de las cosas que más se acercan a la verdad de lo real o de nuestra forma de ser. La sorpresa, el ímpetu o la fuerza también se pierden a menudo sin lo espontáneo y sin esa pequeña dosis de aventura.
Ahora no es tan común alzar la vista y ver aviones pasando sobre nuestras cabezas, pero durante esta vida en la que nos ha tocado crecer, todos esos artefactos voladores han ido llevando a gentes y a cosas de un sitio a otro por los confines del planeta. Uniéndonos a todos. Regalándonos y dándonos cosas hasta el punto de obligarnos a parar, aunque sea por un tiempo, el modo en el que lo hemos estado haciendo.
Parece que nos estábamos uniendo unos con otros, pero no lo hemos hecho en verdad.
Quizás es un toque de atención que de esta forma tan extraña no avisa.
Saludos.
Quería decir al final “…nos avisa” en lugar de “…no avisa”. Perdón.
La última pregunta de Bárbara tendría una respuesta: porque no nos dejan. No interesa que la gente conviva en paz y armonía y por eso se han inventado todo tipo de cosas. Decía León Felipe que en España hay un hacha que corta cualquier intento de acercamiento o solidaridad entre las personas. Esas que tienen el mismo denominador común de subsistir, de soñar, de acertar o equivocarse, de aprender, de sufrir y de conseguir a veces unos momentos de felicidad (tan fugaces…). Ese hacha cruel y tajante divide para vencer, corta y mutila para imponer, destroza lo unido y esparce sus pedazos. Pero no es sólo una «marca» española. Ya está en todo el mundo y se extiende con rapidez sobre unas sociedades incapaces de reaccionar, incapaces de disentir, incapaces de reconocerse como tales.
Siempre hemos buscado esa «vida definitiva» que nos aportaba certidumbre y seguridad. La que permitía proyectar y soñar con un horizonte por delante. Hoy eso se ha ido por el desagüe. Estamos a merced de las circunstancias que nos impongan en cada momento quienes velan por nosotros.
En todo caso, siempre hay quienes se adaptan mejor a las situaciones (sobrevivir), quienes las combaten y quienes incluso las defienden. En el caso de Bárbara en N.York (podría haber sido en cualquier otro lugar) sobrevivió a la precariedad laboral con inteligencia y seguridad en sí misma. Otros habrían tirado la toalla. La felicito por ello y por haber elegido o sobrevivido a todas sus experiencias.
Puestos a confidencias. En mi escaso entorno familiar hemos aprendido a «ahora que toca». A distinguir lo que precisa atención inmediata de otras cuestiones menos urgentes. Pero seguimos soñando y tratando que nadie mate nuestros sueños por muy absurdos que parezcan. Pero queremos ser nosotros mismos con nuestras luces y sombras, con nuestra libertad para elegir, pensar, hacer y sentir. No esperamos que nadie nos fabrique felicidad artificial, sino que preferimos encontrarla en cada momento o cuando llegue el momento (que llega a pesar de todo).
Un saludo.
Una de las mejores experiencias que he vivido, fue cuando hice el Camino de Santiago hace unos 30 años. Comencé en Jaca y terminé en Compostela. Un mes caminando en solitario, solamente viendo al hospedero del albergue cuando llegaba al atardecer, o cuando en un pueblo me detenía para ver algo interesante o para comprar avituallamiento. Otras veces dormía (por gusto) en los pórticos de las ermitas, o al raso, cubierto por la Vía Láctea. En aquellos años, el camino era mucho menos transitado de lo que fue después.
No fue hasta bien entrado en Galicia, cuando empecé a cruzarme con otros peregrinos, a unos ciento y pico km de Santiago.
Las experiencias que nos cuenta Bárbara de su vivencia en NY, además de valiente, también las intuyo muy interesantes, tanto en cuanto, una muchacha a esa edad decide cruzar el charco y comenzar una aventura que la acompañara toda su vida. Aventura que comenzó nada más tomar la firme decisión de hacer su viaje y no después, ya en el destino.
Digo esto, haciendo un paralelismo con mi aventura Jacobea. Un año antes comencé los preparativos, entrenamiento, haciendo una etapa de 42 km. Sabía que existían 2-3 etapas en el camino de esa distancia y al hacerla, quedó inserta en mi memoria celular dicha experiencia. Fue un año entretenido, iba caminando a todos lados. Preparé los planos de las etapas y los coloree distinguiendo las vías del camino, de arbolado, ríos, montes, poblaciones. Planos que aún conservo.
Ni televisión, ni radio, ni teléfono, ni periódicos … solo con el universo infinito, siguiendo unas huellas que pisaron gentes miles de años antes, cuando Santiago aún no había nacido.
El viaje comenzó como digo, cuando decidí hacerlo en firme. Y al poner el pié en el camino, se produjo la conexión. Fue maravilloso. Aún y así, la idea del fracaso me rondó al menos durante los primeros diez días, después se devaneció y a partir de ahí, fue todo un continuo disfrute.
Cuando te entregas de verdad a algo que sabes que quieres, no hay nada que te pueda detener.
Y en los momentos en los que me asalto la duda y el temor, conseguí abandonarme a esa aventura que decidí vivir, dando como resultado una experiencia inolvidable.
La aventura de un viaje así, sabiendo que esa vivencia es fugaz, que hay que volver y dejar esos lugares, esos cielos, esas ermitas, esos caminos pisados por gentes que buscaban un camino siguiendo la puesta del Sol, siempre hay que vivirla solo.
Al llegar a Santiago, la alegría y la tristeza se daban la mano.
Lo que hubiera dado por tener alas y volver a Jaca y comenzar otra vez.
El nexo de unión entre la vivencia de Bárbara y la mía fue la aventura de un viaje …
Gracias Bárbara por sacar lo mejor de la gente.
PD. Al año siguiente, volví al camino queriendo revivir lo que viví la primera vez ….. un autentico chasco.
“Ayy … Olivo bruto, que a fuerza de palos das tu fruto”
Con lo fácil que podría ser … que es
Saludos de Corazón
Bueno! PodrQuéia haber escrito yo misma este articulo, pero en vez de NY pondría Edimburgo. Y al voler llegué a ésta misma conclusión, así que lo hice en mi Barcelona natal, y me permitia seguir escogiendo prioridades no marcadas por la sociedad, si no las mias propias. Y hoy con 49 me encuentro empezando proyecto. És cuestión de entender que en realidad no eres propietario de nada, excepto de tu propia vida siempre que lo desees, claro. Ser libre es de valientes, no todo el mundo puede. Y también es legítmo saberse poco valiente y escoger el amparo del rebaño y hacer lo política y socialmente correcto sin salir de tu zona de confort. Lo importante es la felicidad, y cada cual tiene que escoger su camino en la búsqueda. Si ya lo eres, no té comas la cabeza sigue igual que hasta ahora. Solo cambia cuando no estés segur@ de serlo o tengas claro qué no. No hay fórmulas mágicas ni iguales para todos. .