Suicidio Imagen de Kohji Asakawa en Pixabay

“Entre todos le mataron, y él solo se murió”.

La acción de matarse a uno mismo o ejercer la muerte sobre sí mismo, de siempre ha sido una acción que ha estado presente en la realidad del ser humano, es consustancial a la facultad de autoconsciencia. Todas las culturas que han estado presentes en la vida del hombre han tenido que tratarlo de una u otra manera, y la nuestra, hipocondríaca, autocomplaciente y arrogante, va dándole vueltas sobre ello con escasa fortuna y marcada miopía.

“Un ejemplo más del materialista concepto de la muerte… ¡Cómo solución!”

Da la impresión de que las cifras de personas que culminan el proceso de acabar definitivamente con su vida, lo hacen en un contexto social confuso y paradójico respecto a la muerte. Por un lado, nunca antes se ha gastado tanto dinero ni se han aplicado tantos recursos para la salud como ahora -incluida la salud mental-, reflejo de la importancia colectiva que ha adquirido el estar vivo -sinónimo equívoco de estar sano-. Por otro lado, la verborreica concepción del hombre en términos de “derechos”, ha facultado a cualquier individuo que lo desee a poder acabar con su vida aún cuando no esté en condiciones de hacerlo por sí mismo. Contrasentidos por doquier que apuntan directa y casi exclusivamente al uso de la muerte en relación al deseo del individuo, que utiliza su poder y potestad en una dirección fatídica. Un ejemplo más del materialista concepto de la muerte… ¡Cómo solución!

El pensamiento moderno, jalonado por una idea de la vida como una suerte de lucha por la supervivencia y de la selección natural propia del darwinismo, el de la existencia centrada en el control de los recursos económicos característico del marxismo, y la de un inconsciente en oposición directa al yo definitorio de Freud, acaban vaciando de contenido a la vida como caudal de experiencias en las que el individuo tiene la oportunidad de contemplarse a sí mismo en muy diferentes espejos.

“…la vida, llena de actos inconsistentes, vivencias superficiales, tendencias insustanciales, tareas irrelevantes y vínculos intrascendentes, e ilusiones condenadas al fracaso. Solemos llamarlo “calidad de vida”.”

Pudiera pensarse que se trata de un saludable proceso de desmitificación y desdramatización de la muerte, pero no hay que darle demasiadas vueltas para relacionar esta manera de encararlo con la forma en que se vive en la actualidad. Se trata en definitiva de un acto de frivolización y trivialización, la misma que se encuentra detrás de tantas y tantas realidades que conforman el sentido que le estamos dando a la vida, llena de actos inconsistentes, vivencias superficiales, tendencias insustanciales, tareas irrelevantes y vínculos intrascendentes, e ilusiones condenadas al fracaso. Solemos llamarlo “calidad de vida”.

“Si los enfermos mentales no han entendido ni aceptado el sentido de la vida, los suicidas no lo han encontrado.”

Quienes nos movemos en el ámbito de la salud mental, de principio sabemos que quien se ha suicidado no cabe bien dentro de las categorías de las enfermedades mentales, ni sufre alguna de la larga y compleja lista de patologías que conforman el espectro de la salud mental, sino que se trata de otra cosa a la que nos cuesta identificar, catalogar y diagnosticar. A lo mejor se trata de una simple coincidencia el que se evite clarificarlo, pero la cuestión que se trasluce es que se trata de un tema de bastante más calado al tratarse de la salud vital, que escuece bastante más. Paradójicamente quien acaba por suicidarse no sufre de esquizofrenia, trastorno bipolar o psicosis, por poner algunos ejemplos; trastornos que lejos de ponerte en el filo de la navaja, vienen generalmente inducidos más por el miedo a vivir -incluida la mortandad asociada-. Si los enfermos mentales no han entendido ni aceptado el sentido de la vida, los suicidas no lo han encontrado.

“…en un planteamiento nacionalsocialista despótico, una feroz rivalidad que tiraniza, o vivir de espaldas a todo lo que no sea material, vacían de contenido formas de vivir.”

El altísimo y desmesurado consumo de ansiolíticos, estupefacientes o antidepresivos, especialmente en la sociedad española, situado en el primer o segundo lugar en el mundo, nos indica el generalizado malestar existencial extendido entre la población, que afecta a todas las capas de la sociedad.. En primer lugar, obedece al sinsentido de abordar los problemas vitales desde la Psiquiatría, descartadas opciones sociales antiguas como el entorno familiar, la religión, el mundo del pensamiento y otras. En segundo lugar, derivado de lo anterior, es el hecho de que las alteraciones anímicas que suelen dar lugar al suicidio, socialmente conforman un suculento nicho de clientes de la descomunal industria de la psicofarmacología. Y en tercer lugar, de cómo habiendo dado “solución” al problema de estas instancias, el resto del colectivo social da la espalda a la realidad de que tu vecino está sufriendo y necesitaría ayuda. Es como escuchar que “de eso se ocupen los especialistas, y yo a lo mío”. ¡Cuántos de estos suicidios se hubieran evitado con una red social realmente preocupada y dispuesta a poner de su parte para ayudar, y no con el postrero y lamentable “no sabía nada”, “me ha pillado de sorpresa”, o “ni me lo podía imaginar”!

Los modelos de sociedad que nos han impuesto, donde el valor reside en las opiniones mayoritarias, alcanzar altas metas sociales a partir de la ultra competición, y el desmesurado valor de lo material, es decir, en un planteamiento nacionalsocialista despótico, una feroz rivalidad que tiraniza, o vivir de espaldas a todo lo que no sea material (la negación de cualquier forma de espiritualidad), vacían de contenido formas de vivir en lo que importa es encontrarte contigo mismo y los demás a partir de tus vivencias, emociones y sentimientos, aprender a superar tus miedos y limitaciones a partir de tu esfuerzo y trabajo personales, y estar abierto a maneras de entender la realidad y el mundo diferentes a las tuyas forjando mentes cultas alejadas de los dogmas y las doctrinas altamente politizadas.

“Es la filosofía, convenientemente arrinconada en nuestro medio, exenta de sociología, psiquiatría o economía, de redes sociales y del periodismo dominante, la que tendría que liderar.”

No es de extrañar que las cifras que arrojan los estudios estadísticos, que no saben del sufrimiento sino de números, sitúen en las franjas de edad de la adolescencia y post adolescencia y en los periodos posteriores a la jubilación, el número mayor de personas que culminan el deseo de acabar con su vida. Un claro reflejo sintomático de los profundos problemas que tienen los jóvenes por encontrar un proyecto vital estimulante y no asfixiante, y la sensación de fracaso, abandono e inutilidad de proyectos acabados carentes de productividad vital tras vivir de espaldas a otros sentidos existenciales.

Y ahora los gobernantes nos dicen que van a aplicar políticas para evitar los suicidios, con ayudas a la vivienda, con profesionales y asociaciones a los que acudir, y tratando el empleo precario y la desigualdad principalmente. Cabe preguntarse si esta gente entiende algo de lo que es un adolescente conducido a la angustia o un mayor relegado al fracaso. Es la filosofía, convenientemente arrinconada en nuestro medio, exenta de sociología, psiquiatría o economía, de redes sociales y del periodismo dominante, la que tendría que liderar.

¡Cuánto se os echa de menos!

2 comentarios

2 Respuestas a “Suicidio”

  1. O'farrill dice:

    Como de costumbre, Carlos pone encima de la mesa un debate de máxima gravedad social que se viene hurtando a la opinión pública. Un debate que, por la falta de comentarios, parecería ajeno a la realidad si no fuera por los datos impresionantes que esconde.
    En primer lugar el número de victimas que cada año se cuelan en las estadísticas del INE como «causas de defunción». Son miles y van en aumento. Luego nos encontramos ante otro fracaso descomunal de la política y de las ideologías que parecen marcar la muerte de las personas como única soluición.
    Y eso que nos encontramos ante «un altísimo y desmesurado consumo de ansiolíticos, estupefacientes y antidepresivos, es pecialmente en la sociedad española, situado en primer o segundo lugar en el mundo y que afecta a todas las capas de la sociedad». (según el autor). A una sociedad que debería estar presidida por ese «bienestar» del que se habla, pero que pocas veces llega adonde debería «conformando un suculento nicho de cleintes de la descomunal industria de la psicofarmacología». Ahí está la explicación.
    Tengo una hija que, por un simple insomnio ocasional, fue llevada por la madre (a través de su médico de cabecera) al mundo de la Psiquiatría, alegando además «trastornos compulsivos», porque no obedecía a la madre y se enfrentaba a ella en ocasiones.La respuesta fue una retahila de medicación de antidepresivos que se le ha impuesto desde hace tres años sin su consentimiento. Nadie explica el diagnóstico que hace necesario tal tratamiento a pesar de las muchas reclamaciones realizadas, incluido el mundo judicial.
    Hay un libro muy interesante del Dr. Emilio La Rosa, médico de origen peruano pero que ha ejercido en Francia en cargos de alta responsabilidad sanitaria. Se llama «La fabricación de nuevas patologías. De la salud a la enfermedad». Y es muy ilustrativo con respecto a como funciona el «sistema».
    Un saludo.

  2. Cristóbal dice:

    Contundente reflexión, Don Carlos
    Me niego a pensar que la salud mental y la medicina sea solo un simple negocio, como también que la política solo sea una profesión, y como tal un gremio, que un día puede defender una cosa y otro día la contraria. Me sentiría mal si solo pensase eso.
    Cierto es que el tema de la salud mental un gran problema de esta sociedad y si la culpa es de todos, por exceso y por defecto. Por supuesto, no podemos dejarlo todo en manos de los políticos y los profesionales de la salud , la raíz del problema está en la educación, la mayoría de las veces, otra cosa es los problemas mentales que pueda arrastrar una persona desde la adolescencia , que ni el mismo sabe cuáles son y le surgen como al que le surge una antigua úlcera de estómago. Una pastilla puede aliviar, pero a veces no es suficiente por los efectos secundarios que lo llevan a que tenga que tomar otra para paliar los efectos secundarios.
    ¿Cómo se trata médicamente, el miedo al miedo o el miedo a volverse loco? Es de suponer que haciéndole entrar en razón , aunque la razón puede ser a veces una cuestión de neurotransmisores celébrales, no siempre según me parece , no entiendo del tema ,la mente puede ser muy complicada y a veces matar moscas a cañonazos no es la solución es hacer el problema más grande.
    Otra cosa que puede desequilibrar a una persona puede ser un estrés excesivo , lo que llamamos «estar quemado» causa del trabajo. Eso pasa cuando rebasamos nuestra capacidad física y mental y nos encontramos vacíos y como una cerilla apagada ,nos hace vulnerables a que se nos pase por la cabeza la idea del suicidio, El encontrar un resquicio de luz o una tabla de salvación puede ser vital. Un psiquiatra o un psicólogo siempre ayuda en estos casos , no todos estamos preparados para entender y oír ciertas cosas.
    Para terminar solo decir que creo en la cultura del esfuerzo como forma de crecer como persona , no solo en lo material. Una persona jubilada no es un cero a la izquierda , es otra etapa de la vida que puede ser muy productiva ,si no se abandona a la inactividad tanto física como mental.

    Saludos .

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