No sé qué pretendo decir en este artículo. Me gustaría creer que sencillamente con este título de dos líneas, una mínima conversación entre dos personajes, ya el lector lo podría entender todo, y que el problema global del actual estado de miseria emocional del género humano estaría siendo enunciado, evidenciado, analizado, ridiculizado, denostado, llorado, asumido, exonerado, reconducido, gestionado, y etc, etc…, por lo que, en resumen, ya no sería necesario escribir nada más. Con el título estaría dicho todo.
Pero no. Hay que profundizar. Porque esta especie de chiste macabro que contaba Franz West, el genial escultor austríaco, así, sin añadir nada más, solo que en inglés (—I love you / —Thank you), no solo revela en dos frases lo disparatada que ha llegado a ser nuestra sociedad, sino que evidencia además un buen número de matices de dolor ocultos en tan parcas palabras. Soledad y abandono, miedo, incapacidad para amar de verdad, torpeza para recibir amor verdadero, endémica falta de cariño, permanente confusión entre necesidad y amor…
Por una parte, el diálogo es evidentemente un despropósito. Imaginemos por un momento, tal vez como en una escena de teatro del absurdo, a una mujer cambiando los pañales a su bebé, y que este, de repente, adquiriese el don de la palabra y le dijese a su madre: “Gracias”. No solo es inconcebible, sino también terrorífico, y no por el hecho de que el bebé hable. Una madre, o un padre, ni esperan ni necesitan gratitud por los cuidados que le dedican a su hijo. Están cumpliendo una especie de ley de la naturaleza, que abarca prácticamente todo el reino animal —y ahora se está descubriendo que también el reino vegetal—. Es la fuerza del amor operando de modo instintivo.
Ocurre sin embargo que, si trasladamos la escena del cambio de pañales a una residencia geriátrica y los personajes son un anciano y una asistente, esa misma reacción de gratitud dejaría de parecernos extravagante. Y… seguramente debería serlo. Pero al parecer, en una sociedad con tanta veteranía mercantilista como la nuestra, ese instinto de protección hacia un mero compañero de viaje (de vida) se ha perdido.
Es verdaderamente terrible el chiste. Negrísimo. Porque, además, ¿quién puede escurrir el bulto?, ¿quién puede afirmar que es ajeno al mundo que retrata el chiste? ¿De qué respuesta real disponemos cuando, por una extraña y maravillosa circunstancia que alguna vez en la vida sucede, recibimos un enorme caudal de cariño de forma desinteresada, incluso en la relación de pareja? Todos lo sabemos: no encontramos palabras para expresar el agradecimiento que sentimos. Y no encontramos palabras, y nos quedamos bloqueados, o lloramos de emoción, sencillamente porque sabemos que cualquier expresión de agradecimiento, por grande que sea, no es la respuesta —incluidas las riquezas que los reyes de los cuentos de Calleja dispensan a sus mágicos benefactores—. El agradecimiento solo puede ser valioso para alguien que ha realizado voluntariamente algún esfuerzo del tipo que sea para ayudarnos. Pero el amor no requiere esfuerzo —sino tal vez todo lo contrario, tal vez darlo sea lo más precioso—, y por lo tanto el sentimiento de gratitud siempre será estéril. El nudo en la garganta, la conmoción, las lágrimas, el bloqueo emocional o el incandescente silencio, son el resultado de reconocer en las propias carnes que, por más que en este mundo el interés propio y la lucha por la supervivencia sean aún el fundamento de las relaciones humanas, incluso a nivel microscópico, el amor verdadero aún existe, aunque lo hubiésemos olvidado. Y es especialmente reconfortante dicha revelación, pues intuimos que es lo único que nos impulsa a seguir queriendo aprender a sentirlo y a darlo.
Aunque en realidad, sentirlo es lo mismo que darlo.
«Es la fuerza del amor operando de modo instintivo».
Es verdad que no hace falta. No debiera hacer falta agradecer expresamente en las relaciones humanas de calidad. Para, de este modo, salir más fortalecidos de una vida con sentido. El sentido de dar amor y el sentido de recibirlo también.
El no saber recibir amor es uno de nuestros males como sociedad. Y yo pienso… «Por algo será».
Evidentemente, algo estamos haciendo mal.
Interesante artículo sobre un tema tan poliédrico como el «amor», donde cada cual tiene su propia interpretación según le vaya en la vida.La experiencia propia va a condicionar la visión de los afectados de forma que, en unos casos, amor será sinónimo de felicidad, mientras en el extremo opuesto se entenderá como dolor y sufrimiento. Todo ello estringido al ámbito de lo estrictamente personal.
Pero el AMOR, así con mayúsculas, es mucho más amplio, más trascendental que lo puramente individual. Es en efecto el elemento dual que mantiene la mayor parte de las relaciones humanas, enfrentado a otro elemento instintivo: el odio. Un «ying-yang» que forma una unidad perfectamente encajada: «dos almas abrazadas en una misma piel» dice Jennifer Rush en una magnífica canción al tratar de describir el sentimiento amoroso…. pero únicamente en la referencia a su aspecto restringido (el de la pareja) ajena al amor universal humano en la mayor parte de los casos.
Un magnífico tema que requiere mucho tiempo y mucho debate. Enhorabuena.