Según las previsiones del Consejo Mundial de Viajes y Turismo (WTTC), el turismo supondrá más del 15% del PIB de España en 2024 (225.000 millones de euros) y abarcará el 14% del mercado de trabajo, alrededor de tres millones de trabajadores. Uno de cada siete empleos en el país. El turismo es el segundo sector que más contribuye al empleo, solo superado por el comercio.
Se pueden encontrar cifras similares en otros países y destinos. Hay ciudades como Venecia que están cerca de convertirse en un parque de atracciones. Ciudades que abandonan sus habitantes, ciudades que se deterioran, en las que ya no se puede vivir.
Los pequeños comercios, de cercanía, como mercerías, ferreterías, floristerías o papelerías, cierran y van siendo reemplazados por agencias inmobiliarias, gimnasios o panaderías gourmet; o se transforman en viviendas a pie de calle, muchas de ellas alojamientos Airbnb.
Hay destinos turísticos que mueren de éxito, que reciben más visitantes de los que pueden asimilar. Algunos son invadidos por tierra, mar y aire. Hay meses que atracan cerca de 100 cruceros en el puerto de Barcelona, lo que supone el desembarco de miles de personas que visitan la ciudad durante unas horas, colapsan las zonas turísticas y se van. Entre tanto el crucero mantiene sus motores encendidos para seguir proporcionando sus servicios a aquellos que han decidido no desembarcar. Eso sí, aportan anualmente cerca de 600 millones de euros al PIB de Cataluña. Y lo mismo podría decirse de Valencia o de Mallorca
Y los servicios de salud, de transporte, de limpieza, de abastecimiento, concebidos para una ciudad con un cierto número de habitantes ahora tienen que atender a una población considerablemente mayor. Es paradigmático el caso de los servicios sanitarios en el verano en las Islas Baleares y la dificultad para atraer médicos que cubran las necesidades durante estos meses. El coste del alojamiento es tan elevado que no se corresponde con el salario recibido. Y esto podría hacerse extensivo a otras profesiones como las relacionadas con la hostelería.
El turismo contribuye de manera significativa a la economía local y nacional, sin embargo puede tener un coste social. Por ejemplo, la llegada masiva de turistas eleva los precios de la vivienda y los alquileres y fomenta la gentrificación de los barrios desplazando a los residentes locales. Barrios enteros pueden ser transformados para atender a las demandas y necesidades del turismo.
Los seres humanos siempre han estado en movimiento, impulsados por la necesidad. No olvidemos que en nuestros orígenes éramos cazadores y recolectores. No olvidemos las grandes migraciones, los viajes de comerciantes, la colonización de África, Oriente y el Nuevo Mundo, la expansión de los imperios y tantas otras formas de invasión. No olvidemos tampoco el camino de Santiago, la peregrinación a La Meca, el viaje a Toledo, Córdoba o Alejandría.
El viajero, el que se desplaza con una finalidad (aprender, comerciar, encontrarse con una persona, orar…) es tan antiguo como la humanidad. El turista no. Una aventura es una empresa de desarrollo incierto, de la que no se conocen la duración, el desarrollo, las consecuencias ni el final. Los viajeros son aventureros y los turistas no. Aventurarse es ponerse en riesgo, no necesariamente físico, y hacer turismo es pretenderlo, hacer algo distinto a lo habitual, pero dentro de una zona de confort, con garantías, planificado; como ir al cine, ir de compras, visitar un museo o acudir a un espectáculo. El turismo es una forma más de entretenimiento.
Ante la incapacidad de encontrar lo extraordinario de cada día buscamos situaciones que no son usuales, que nos sacan de nuestra rutina. Nos evadimos y el turismo, la actitud del turista, es otra forma más de consumo y de evasión. Y con esto no quiero decir que no sea bueno visitar otras gentes y lugares, depende de la intención y de la actitud.
Y algo debemos estar haciendo mal cuando las ciudades a las que viajamos cada vez se parecen más, como Disneylandia se parece a Disneyland París, o como las hamburguesas de Boston saben lo mismo que las de Bangkok.
Suscribo totalmente el contenido del artículo.
¿Nos estamos equivocando o nos están equivocando? Más parece esto segundo a la vista de la grave deriva de la economía de Occidente, que ha quedado completamente colonizado en interés de la hegemonía que nos manda y monitoriza desde hace muchos años.
Como residente en una capital llena de prohibiciones absurdas, orientada al servicio de los llamados «inversores» (pan para hoy, hambre para mañana) cuyas cifras residen en lo cuantitativo (número de turistas) más que en lo cualitativo (interés viajero), puedo aportar algunos datos.
Hace algunos años la casa en que resido conservaba a los vecinos de siempre en un barrio donde todavía se podía encontrar esas mercerías, floristerías, comercios de que habla el articulo. Hoy soy casi el único vecino que queda porque todas las viviendas se han convertido en pisos turísticos.
Naturalmente el tráfico interno de personas se ha multiplicado y el deterioro del edificio también. Las tiendas han desparecido y ya no hay nadie que te distinga en el comercio el algodón del hilo de Escocia (por ejemplo). Todo son bares, tiendas de zapatillas y otras banalidades que cambian cada tres meses. El otro tráfico de maletas, bolsas de ropa (al parecer sólo la venden en Madrid) y los consabidos «carritos», inunda las estrechas aceras en un continuo movimiento que me pregunto: ¿quién lo financia? porque en muchos casos no hay señales de poder dedicar mucho dinero a viajar.
Las estafas son frecuentes en este mundo seráfico que se cree los «chollos» que circulan por las redes. Inmigrantes incluidos. Con ello seguimos requiriendo más seguridad porque nos asustamos ante cualquier desconocido.
He tenido la suerte inmensa de viajar por diversos lugares del mundo antes de que se convirtieran en «más de lo mismo». He asumido como viajero las ricas diferencias en tradiciones y culturas, mucho más añejas que las nuestras y he sentido el enorme placer de «vivir» otras experiencias humanas y, en algunos casos, salir de ellas como he podido. Hoy, no volvería a muchos de esos lugares y menos aún lo haría con cita previa.
Lo dicho: estamos equivocándonos o nos llevan del ronzal para que al final no sepamos qué somos en realidad.
Un saludo. .